Bertha Hidalgo Rojas

Bertha Hidalgo Rojas

Siete hijos. Siete sumos sacerdotes. Sietes obispos. Siete misioneros. Miembros del sumo consejo, consejeros de presidencias de estaca y de misión, presidentes de distrito, obreros del templo, un consejero de misión, un presidente de misión y poseedores de muchos otros oficios en la Iglesia. Esposas sirviendo como presidentas en los programas de la Primaria, Sociedad de Socorro y Mujeres Jóvenes. Maestras. Bertha sirviendo incluso en dos misiones. Nietos en misiones preparándose para una vida futura de servicio y rectitud y otros dispuestos a seguir su ejemplo. Este es un digno legado para Bertha Hidalgo Rojas y Alfonso López Sierra y sus siete hijos quienes, cada uno a su manera, escucharon el llamado del Señor.

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     Para Bertha no fue un camino fácil. Como madre joven, vio a su pequeña hija morir de deshidratación por diarrea. Viuda, con siete hijos en edades de 2 a 14 años, buscó refugio en casa de su madre en Atlixco, Puebla. Su padre había muerto varios años antes y a un año de su llegada, también moriría su madre. Bertha quedó sola teniendo que valerse por sí misma. Sin embargo, la casa de sus padres era amplia y cómoda, y ahí en Atlixco tenían un negocio familiar, la farmacia Hidalgo, de la cual ella se hizo cargo y aprendió a administrar.

     Siendo una católica ferviente, Bertha se sintió devastada cuando su primer hijo, y luego el tercero, se unieron a los mormones. Cuando finalmente se había resignado a esta pérdida, quedó completamente destrozada en el momento en el que el resto de sus hijos le informó al mismo tiempo que ellos también se unirían a la Iglesia.

     El estrago era doloroso e imborrable. Su llanto, entre lamentos y gemidos, continuó sin cesar por horas. El dolor, la pena, la pérdida, la desesperanza, la aflicción por la soledad o el miedo a ella, penetraron simultáneamente la esencia de su alma. “¿Qué será de mí?” se quejaba. “Ahora sí estoy completamente sola”.

Bertha Hidalgo actua

     Después de que sus últimos cinco hijos dejaron a su desconsolada y desesperada madre pare ir a su bautismo el 10 de Agosto de 1980, Bertha, aún en llanto, decidió por primera vez en mucho tiempo orar a Dios, esperando que Él la escuchara y le contestara, así sabría que hacer. Subió a su auto y viajó sin rumbo por Atlixco. Pensó en ir a la pequeña y aislada iglesia católica de Atlixco (El Cristo) en una ex-hacienda donde ella y sus hijos iban a adorar casi cada domingo. Sin embargo, pensó que sería muy doloroso; habría demasiadas memorias con las cuales lidiar. Así que se detuvo en la Iglesia de San Agustín. Tal vez ahí calmaría su torturada alma.

 

     Mientras Bertha se arrodillaba y oraba con desesperación, ya se sentía consolada al encontrarse en su ambiente religioso habitual. No obstante, lo que pasó ahí la asombró y cambió su vida para siempre. Al enjugar las interminables lágrimas de su rostro, escuchó una voz que le exclamó: “¡Ve con tus hijos y bautízate!”. Asustada, se levantó y se sentó. Después de unos minutos mientras se recuperaba de la impresión, aclaró su mente y se dirigió rápidamente a la capilla SUD para estar con sus seis hijos y pedir bautizarse.

     A partir de entonces, su vida no siempre fue fácil (viuda de tres maridos) ni fue la de sus hijos, dos de ellos enfrentaron pruebas muy fuertes. En ese sentido, esta familia es un ejemplo de otras que se han unido a la Iglesia; enfrentaron sus dolores, superaron sus adversidades y crecieron y se perfeccionaron mientras rendían servicio invaluable en el Evangelio. Su historia es de vidas productivas dedicadas a bendecir las de otros, tanto en sus logros como en sus decepciones.