Historia de Fe.

Los milagros de vivir la ley de sacrificio 

Relato de Miguel Ángel Cetina González


Soy Miguel Ángel Cetina González, pertenezco a la estaca Mérida Mexico Lakin y siempre sentí que está historia y experiencia es sumamente sagrada para mí y los que la vivimos.

Los miembros en Yucatán cada año nos preparábamos para asistir al templo de Mesa Arizona, ahorrábamos para pagar el viaje, los pasaportes y visas según era necesario en cada familia, era un gozo enorme viajar por aproximadamente 4 días, trabajar en el santo templo 5 días y viajar 4 días más de regreso a nuestros hogares, cada año, todos hacíamos un gran sacrificio al dejar nuestros trabajos por tanto tiempo, algunos hermanos perdieron sus trabajos para poder ir al Templo y sellarse como familias por toda la eternidad, porque sabían que valdría la pena.

En el año 1981 estando en construcción el Templo de la Ciudad de México, recibimos la instrucción de hacer donaciones de lo que tuviéramos, electrodomésticos, muebles, cualquier artículo que tuviera algún valor para subastar y donar el dinero a la construcción del Templo, Como obispo del barrio y junto con el hermano Francisco Solís Tamayo estuvimos recogiendo los donativos en una camioneta, las familias donaron muebles, estufas, refrigeradores, bicicletas y hasta prendas personales. Recuerdo a una joven hermana, único miembro de la iglesia en su familia, llegamos a su casa una tarde y nos dijo “no tengo dinero, y nada en la casa es mío pero lo que tengo se lo doy al Señor, de pronto se fue a su cuarto y regreso con las manos entre cerradas, nos dio sus prendas de oro. Les confieso que en ese momento se conmovió mi espíritu, ellos no daban lo que les sobraba si no todo lo que tenían. 

En uno de esos viajes para recoger las donaciones, después de hacer nuestra oración salimos y al manejar, pensando con cuáles hermanos iríamos primero, de pronto un niño salió intempestivamente de una tienda atravesando la calle, de modo que el hermano Francisco no pudo esquivarlo y le pasó la camioneta encima de él, vi la huella obscura de las llantas sobre su piel, asustados lo subimos de inmediato al vehículo para llevarlo a la clínica donde lo atendieron  y después de estar en observación por 24 horas, milagrosamente se le dio de alta sin consecuencias mayores. El hermano Francisco y yo aún recordamos este milagro y nos embarga un sentimiento indescriptible al ver la mano del Señor de una manera maravillosa, él protegió al pequeño niño y permitió que saliera ileso del percance. 

Este incidente no afectó nuestro ánimo, al contrario, nos motivó aún más para continuar trabajando y dando lo que teníamos para tener las bendiciones del Templo más cerca de nosotros, pues sabíamos que el Señor nos acompañaba para cumplir nuestro propósito.