Historia de fe de Abdón Aragón

Historia de fe de Abdón Aragón

Fui llamado como misionero en 1925, el élder Leland Mortensen y yo fuimos asignados a la Rama de la ciudad de Amecameca. En una ocasión fuimos a Tenango a repartir folletos. Estábamos visitando a uno de los hermanos y cuando salimos de la casa reparamos en que se hallaba rodeada de gente. Quizás había unas cin­cuenta personas. Comenzaron a gritarnos que saliéramos a la calle a fin de que pudieran matarnos.

El hermano entonces nos empujó hacia adentro cerrando tras de sí la puerta, siguieron tocando la puerta y dijeron que querían nuestras vidas. Comenzaron a golpear la puerta hasta tirarla. Nosotros nos habíamos trepado sobre un tapanco. Al entrar la turba comenzó a registrar la casa y no encontrándonos se asomaron por el tapanco, al escuchar que se acercaban, saltamos del lugar en que nos encontrábamos y salimos corriendo, el élder Mortensen salió delante de mí. Al llegar a la calle, varios de los del grupo consiguieron tomarme de las ropas, pero forcejeando pude soltarme y seguí corriendo, pero no conocía bien el terreno y tropecé.

Se me echaron encima; traté de soltarme nuevamente y escapar, pero fue en vano. Comenzaron a golpearme, de pronto uno de ellos se acercó con un machete que descargó sobre mi cabeza. Sentí un dolor indecible y noté que la sangre chorreaba sobre mis hombros. En este instante sentí que iba a desfallecer y morir.

Cuando comencé a recuperar la conciencia vi que pusieron al élder Mortensen cerca mío; me dio la impresión de que no respiraba, por lo que no pude menos que pensar que estaba muerto. Comencé a tener un poco más de lucidez y escuché que un hombre proponía que nos asesinaran con un balazo y después tiraran nuestros cuerpos en una barranca. En ese momento decidí orar al Señor por protección. Me incliné y supliqué a Dios que me permitiera conservar la vida. De pronto, un hombre armado se acercó a la habitación donde nos tenían, y dijo:

—“¡A ver, muchachos! ¿Qué pasa aquí?”

El de la pistola bajó su arma. El del machete, lo escondió. Todos salieron de la habitación y comenzaron a interrogarnos. Yo estaba convencido que era el Señor quien me había salvado la vida mediante la imprevista llegada de estos hombres, así que ya no sentía temor alguno. 

Al amanecer nos llevaron a un juzgado y llevaban a otros tres en calidad de detenidos, a quienes luego tomaron declaraciones. A continuación, nos trasladaron a Chaleo, la cabecera del distrito, a fin de internarnos en un hospital.

Creo que nuestro buen hermano del pueblo de Tenango fue esa noche hasta Amecameca, e informó el caso a las autoridades. Yo estuve en cama unos cinco días solamente, pero el hermano Mortensen debió permanecer poco más de un mes, pues había recibido golpes brutales en su espalda. Desde aquella noche terrible nunca más he sentido temor por algo, pues sé que el Señor no nos abandona cuando le somos fieles.