PÁGINAS LOCALES DE MÉXICO | LIAHONA JULIO 2018

Ministrar a la distancia

Élder Helamán Montejo
Élder Helamán Montejo, Setenta de Área.

El pasado mes de abril, durante la histórica conferencia general, el élder Jeffrey R. Holland del Quórum de los Doce Apóstoles mencionó: “Rogamos que cada hombre y mujer —y nuestros jóvenes y jovencitas mayores— salga de esta conferencia general con un compromiso más profundo de cuidar los unos de los otros de todo corazón, motivados únicamente por el amor puro de Cristo”1. Dos semanas después, el Señor me ayudó a entender lo que realmente significan esas palabras.

         Hace un tiempo realicé negocios con un hombre, él debía pagarme cierta cantidad de dinero, pero no lo había hecho. El pago tenía ya dos semanas de atraso y yo no había recibido ninguna llamada ya fuera de disculpa o explicación. Me sentía un poco molesto pues pensaba: “nosotros también tenemos compromisos financieros y es muy desconsiderado de su parte actuar así”.

         Ese mismo día él me llamó, estaba listo para enumerar las razones por las cuales no había cumplido su compromiso. “¿Cómo estás?” le pregunte al contestar la llamada, “mal, estoy muy mal”, respondió con voz temblorosa y evidentemente afectada. Me explicó la razón, uno de sus hijos había estado muy enfermo. Unos minutos antes de nuestra conversación, recibió la noticia de que su pequeño de ocho años requería una operación muy delicada en la cabeza, lo cual representaba un riesgo muy grande para su vida.

         Junto con la explicación ofreció enviarme copias del expediente médico y fotografías de su hijo en el hospital para comprobar su situación. De inmediato me pregunté qué haría el Salvador. Con claridad escuché en mi mente estas palabras: “Minístrale a la distancia”.  

Recordé un párrafo de la carta que envió la Primera Presidencia al anunciar los cambios recientes en la Iglesia: “Ministrar es cuidar de otras personas a la manera de Cristo, y ayudar a satisfacer sus necesidades espirituales y temporales”2.

         Con esa impresión tan clara, le dije: “no es necesario que me envíes los documentos, pero me gustaría que recibieras a un par de amigos míos que pueden bendecir a tu hijo si lo permites.” Él aceptó y conversamos más acerca de la fe y la esperanza, del poder de Dios y del amor que tiene por todos sus hijos, especialmente por los niños. Ese día ambos sentimos la influencia del Espíritu y fuimos edificados en esa llamada telefónica, aunque nos separaban más de 800 kilómetros de distancia.

         Se hicieron los arreglos necesarios para que su hijo recibiera una unción y bendición del sacerdocio, lo cual agradeció mucho. 

         Esa noche consideré que, de acuerdo con las circunstancias, podíamos ministrar a la distancia a través de mensajes de texto. Cada día compartí con este hombre una cita de las escrituras de mi estudio personal, no un texto ya definido o un mensaje de los que suelen llegarnos en cadena, sino verdaderamente, y de manera simple, mis sentimientos o impresiones. En cada contestación de él, pude sentir la manera en que el Espíritu le estaba confortando y bendiciendo.

hombre usando smartphone

         En nuestras oraciones familiares pedimos bendiciones para aliviar la necesidad temporal y espiritual de esa familia. También ayunamos a favor de ellos durante la semana y recibimos la confirmación de que todo saldría bien. El lunes siguiente recibí un mensaje de texto: “Muchísimas gracias por sus oraciones, nuestro hijo salió bien de la operación” ¡Maravillosa noticia!

         De esta experiencia mi esposa y yo aprendimos tres valiosos principios al respecto de la ministración:

  1. Desde su juventud el profeta Mormón era “... presto para observar”3; de la misma manera, nosotros podemos aprender a escuchar más y a hablar menos para descubrir las necesidades temporales y espirituales de quienes nos rodean. Aunque esas personas no sean parte de nuestra familia ni miembros de la iglesia. 
  2. A fin de cumplir con el verdadero propósito de la ministración, debemos aumentar nuestra capacidad de recibir revelación personal. Ministrar es mucho más que solo visitar o compartir un mensaje mensual con las personas, es fortalecerlas espiritualmente. Para lograrlo necesitamos de revelación personal, el Señor está dispuesto a revelarnos cómo podemos ministrar de maneras diversas y poderosas.
  3. Ministrar significa amar y servir a otros, es actuar de todo corazón para que seamos herramientas en las manos del Señor para hacer Su obra, pues lo que para nosotros es un pequeño acto de bondad, para otros representa el cielo sonriéndoles.

         A medida que escuchemos la voz del Salvador decir: “... vosotros sois aquellos a quienes he escogido para ejercer el ministerio entre este pueblo...”4; actuaremos en consecuencia, experimentaremos el poder incomparable de ministrar a la manera del Señor, seremos llenos de amor que “... permanece para siempre...”5 y muchos recibirán ayuda, consuelo, aliento, servicio y amor.

         Que podamos ser más como el Salvador, que busquemos oportunidades de conectar los cielos a la tierra mediante nuestro ministerio personal. En este esfuerzo encontraremos un gozo y una paz inimaginables que solo se obtienen al ministrar como lo hizo el Señor.